SOLEDAD

Hoy me han llamado ridícula, así, sin más, estaba tranquila viendo la tele y a veces discutiendo y hablando con los personajes de la serie, cuando siento una voz, ¡Eres ridícula! Me he quedado pensando, porque pienso, aunque no lo parezca, ¿de verdad soy ridícula? Y sí, es verdad, a veces hablo sola, discuto y hasta envío a freír espárragos a los personajes de la televisión, ¿por eso soy ridícula?
Es lo que tiene pasarse el día en casa si poder salir, no ves apenas a nadie y te acostumbras a esta manera de sentirte acompañada. —Claro que no sé quién me lo ha dicho, vivo sola—.
La soledad se sentó a mi lado hace tiempo, no estoy triste, no creas, nos hacemos compañía mutuamente y no nos faltamos el respeto.

A veces la echo un rato, necesito sentir que no me muerde, que no me come. Pero pronto vuelve y tímidamente se instala en el sofá de nuevo, quieta, sin decir nada, la miro y pienso: no es tan fea… Hay una desidia que me entra, que hace que el alma se caiga un poquito al suelo, pero la recojo corriendo y la abrazo, me vienen recuerdos de cuando mi alma estaba llena de risas, de canciones, de poesía.

Cuando mis hijos revoloteaban a mi alrededor y no me dejaban tranquila ni un minuto al día.
Cuando caía en la cama estaba rendida. Hoy todos están muy ocupados, mis nietos no quieren estar con una señora mayor enferma, es normal, se aburren, mis historias para ellos son solo cuentos de ancianos.

Hace muchos días que no me llaman, y yo no quiero molestarles, no comprendo porque les molesta que los llame, siempre están tan liados que les pillo mal, así que dejé de llamarlos.
Tengo una vecina que me hace algunos recados y me arreglo bastante bien, aunque hoy no sé por qué, estoy tan alicaída, me siento extraña, miro a mi soledad y no está, ¿dónde habrá ido? Respiro con dificultad y me dejo llevar, creo que voy a echarme una pequeña siesta.

—»En el periódico, una pequeña reseña: anciana muere y la encuentran al mes en su casa».

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¡DIOS! QUE LLUEVA…

Aquellas manos etéreas 
querían tocarme, pero no podían,
yo, estaba lejos, muy lejos;
al otro lado del horizonte, 
donde las lágrimas no salen, 
¡Deja que llueva! Deja que los llantos
empapen aquel suelo estéril, seco. 

Me pesa la vida, 
no volveré por tus caricias, 
beberé el vino de tu sangre, 
redimiré así tus heridas
sangrantes.

Pediré que te perdonen; 
los pecados aquellos, 
que pusieron fuego en tu corazón.
Y, seguiré caminando, 
rogando que caiga la lluvia, 
que limpie, que purifique; 
este terreno de dolor. 

¡Dios! deja que llueva, 
deja que pueda mirar el cielo azul
y ver un pájaro volar,
una nube sonreír déjame perdonar. 

Ha llegado el momento, 
de que el alma cambie, 
que sienta empaparme, 
los sentimientos,
que me bañe en ellos.

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María.