Este relato se lo dedico con todo mi cariño a Carlos, al que la mayoría conoce por su espléndido blog La estaca clavada del que disfruto mucho, te doy las gracias por animarme a escribir sobre mis vacaciones en Cabo de Gata, me he dejado mil cosas en el tíntero pero no quería hacerme pesada, quizás otro día reanude las anécdotas que allí me ocurrieron. Besos de luz amigos míos.

Siempre me ha encantado ir a Cabo de Gata de vacaciones, durante años estuve yendo seguido todos los veranos.
Nos quedábamos en S. Miguel, una playa casi vacía, donde solo los del pueblo iban, apenas algún turista del que me hice amiga al encontrarnos todos los veranos.
Me encantaba aquella serenidad, la belleza de la playa, el agua tan azul, adoraba
el aroma a mar, me gustaban las barcas de los pescadores varadas en la orilla, las contemplaba desde casa, hasta allí llegaba la arena, no había paseo marítimo, las casas se llenaban de arena que se colaba por debajo de las puertas.
En realidad este pueblo, no era tal, era y es una barriada de Cabo de Gata, con playas enormes, una tienda pequeña, una droguería que vendía de todo, un mercado y chiringuitos, mi preferido, se llamaba: «El Boni» que me ponía unas tapas que me gustaban mucho, allí pasé muchos buenos ratos.
Los fines de semana aprovechábamos para irnos de allí, llegaban los domingueros y apenas podías moverte con tanta sombrilla, así que nos íbamos a las playas de: Los Genoveses, Los Muertos, Las Negras y muchas más. A veces llegábamos al Faro y allí nos tomábamos un refresco. Nos conocía todo el mundo y siempre tenían una tapa, una sonrisa y si había suerte una historia.
Todas tenían algo que yo adoraba, pero siempre, siempre era en mi playa al lado de casa donde mejor lo pasaba.
La playa de ardiente arena, tenía una franja de diminutas piedrecitas de mil colores, buscábamos las más bonitas y las guardábamos en un tarro, también conchas preciosas que luego pintaba con florecidas y mariposas.
Muchos de sus habitantes se dedicaban a la pesca artesanal, por lo que siempre teníamos pescado fresco.
Aún cierro los ojos y me parece sentir ese aroma a salitre, esa mezcla de arena mojada, sal y pescado, ese aroma se hace para mí el más deseado, ahora que apenas puedo ir.
Algo con lo que disfrutaba por las mañanas era sentarme debajo de las barcas, allí leía, mientras mis amigas se asaban como espetos.
A veces asomaba algún pescador para arreglar algo y me relataba como había ido la noche anterior.
En la fiesta de la Virgen un año estaba bañándome mientras se acercaba la barca con ella, los barcos engalanados y llenos de gente la seguían, mi hermano me gastó una broma e intentó hacerme una ahogadilla, tengo fobia al agua no puedo meter la cabeza en ella, así que me moví como una anguila, salí llena de rabia, sin darme cuenta de que el sujetador del bikini se me había caído, la playa estaba llena y me di cuenta de que me miraban, mi hermano gritaba: ¡El sujetador! Y al mirar por fin, vi mis pechos al aire, supe que todo el pueblo los había visto, así que muy digna salí del agua, me coloqué el sujetador y me senté en la orilla. Pasé tanta vergüenza que aún no he logrado olvidarlo, al año siguiente un pescador al que yo admiraba me compensó llevándome en la barca siguiendo a la Virgen del Carmen.
Había muchos juegos y atracciones en la feria, pero uno en especial me llamaba la atención, ponían un pañuelo al final de un palo en un barco, el palo estaba engrasado, los muchachos tenían que cogerlo, todos querían hacerlo para ganar creo que era un jamón, pero no recuerdo ahora ninguno que lo consiguiera, pegaban cada tortazo en al agua que no podía evitar partirme de la risa.
Montaba en los columpios, compraba algodón y lo pasábamos genial en esas fiestas.
Me enamoré de aquel sitio. A veces muy temprano tocaban a la puerta, era un pescador vecino nuestro que nos traía el pescado recién cogido en un cubo.
El sabor de aquel pescado lo llevo conmigo junto al hermoso amanecer que veía desde mi casa, mis pies pisaban la arena que por la noche había entrado al pequeño patio delantero y me sentía llena, plena de felicidad.
Por las noches algunos amigos nos bajábamos a la playa, me tumbaba en la toalla y miraba las estrellas, nos contábamos historias y nos tomábamos un refresco, pero las noches mejores era cuándo venía mi vecino y amigo el pescador, le llamábamos » el pirata» por su presencia, un moreno con la tez tostada, alto y de cuerpo atlético nos tenía a todas enamoradas de una forma platónica y algunas no tan platónica.
Él llegaba, nos daba las buenas noches y se sentaba en la arena junto a su barca, siempre le pedía: cuéntanos cosas de las estrellas; él comenzaba a hablar de ellas, de las constelaciones, nos señalaba Almería en las noches claras, nos contaba historias de pescadores desaparecidos, decía: «la mar te lo da todo, pero en cuánto puede te lo quita, tened cuidado, la mar es muy traicionera, pero aún así yo no sabría vivir sin mi mar». Y, desde que conocí a aquel pescador y a otros, aunque siempre será «el pirata» el que esté en mi mente, siempre digo la mar, mi mar.
Poco a poco todo fue cambiando, hicieron un paseo marítimo que separaba mi casa de la playa por una calle asfaltada, quitaron las barcas de allí y las llevaron cerca del torreón, esto me produjo una enorme pena, empezaron a construirse muchos apartamentos, a ir demasiados turistas, todo iba cambiando, pero aún así, yo seguía con mis amigas de siempre, íbamos a la discoteca del barrio y reíamos, pero de alguna manera ya no era igual, le quitaron el encanto, la manera sencilla de vivir, sigue siendo bellísimo, pero ahora es distinto, ya no te cuentan historias tomando una tapa, ahora te meten un clavazo que alucinas.
Pero lo más extraño es el pescador, muy conocido allí, dicen que ha hecho un pacto con el diablo porque sigue igual, atractivo y con su pinta de pirata, cuándo nos hemos visto nos ha dado una gran alegría, al igual que a su madre que ya murió pero que recuerdo con todo el cariño, como me ponía un café y unos pasteles, luego me hablaba y hablaba de sus tiempos.
Cabo de gata supuso para mí una época que jamás olvidaré, felicidad, pureza, y siempre con la esperanza y creencia de que todo sería igual de hermoso.

Imagénes de Cabo de Gata y las Salinas.
La juventud es feliz porque tiene la capacidad de ver la belleza. Cualquiera que conserve la capacidad de ver la belleza jamás envejece.
Franz Kafka (1883-1924)
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